De Morón a Nueva York, los caballos al servicio del hombre
- MGM - PBV
- 8 jun 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 6 jul 2018
Al otro lado del globo, la explotación de los caballos parece no cesar. Con adornos en sus crines, monturas y patas, los caballos de Central Park, en Nueva York, arrastran una carga mucho más atractiva, pero no menos pesada.
Estados Unidos, en materia de maltrato animal, es un país bastante avanzado: constantemente se persigue a las empresas de cosméticos para que no testeen en animales, los refugios pasan por rigurosos controles, y la sociedad está cada vez más consciente de que es necesario un cambio. Sin embargo los caballos todavía siguen siendo fuente de divertimento, y una salida laboral para muchos.
La razón que todos los ciudadanos tienen para hacer de cuenta que esta problemática no ocurre se mide en billetes: Treinta y dos millones de dólares. Esta cantidad de dinero sería el ingreso anual producido por los aproximados 220 carruajes de caballos registrados en Manhattan, y es una suma que nadie está dispuesto a perder.
La explotación de estos animales, a diferencia de los que habitan en Morón, está disfrazada. Los carreros jamás los golpearían a plena luz del día, y para los ojos de los transeúntes, los caballos están muy felices. Robustos y bien alimentados, lucen esbeltos sus coloridas decoraciones, y arrastran un carro de ensueño digno de cualquier película de Disney. Sobre ellos, parejas de recién casados, familias numerosas, y turistas fascinados, imágenes dignas de una postal.

Además, el gobierno de Nueva York pretende despejar de todas dudas a aquellos que se planteen la crueldad de esta práctica: con un marco legal que los escuda, con orgullo la página oficial exhibe la extensa lista de normas y controles que debe cumplir cualquiera que desee dedicarse a esta actividad.
Un nuevo carrero debe completar interminables formularios de aplicación al trabajo, debe registrar al caballo para que se le otorgue la licencia de circulación, y cada año está obligado presentar un certificado médico que demuestre que la salud del caballo es óptima para el transporte de personas. Hay límites de edad (el caballo debe tener más de 5 años y menos de 26), y en el caso de que el carrero venda su caballo, debe presentarse toda la documentación nuevamente.
En este sentido, los caballos de Central Park parecieran estar un poco más contenidos que los del Municipio de Morón: están registrados, cuantificados, tienen licencia para circular y un certificado de salud. Pero a pesar de la pila de papeles que buscan ampararlos, los caballos igualmente sufren en silencio.
Mientras sus dueños se enriquecen, cobrando excesivas tarifas a los turistas (165 dólares por un paseo de 45 minutos), los caballos arrastran pesadas cargas por largas horas. Si la demanda es muy alta, no tienen descanso: los pasajeros suben y bajan como en un subte en hora pico. Si la temperatura es muy baja, su trabajo no termina, y sus patas se congelan entre la espesa nieve que cubre la ciudad. Muchas veces sufren de estrés, porque son extremadamente sensibles a los sonidos fuertes, y como en toda gran ciudad, en las congestionadas calles de Manhattan retumban las bocinas y sirenas.
No hay fuentes especiales en Central Park para que los caballos se hidraten, falta sombra para que descansen en los días de calor y ni siquiera el drenaje es adecuado: los animales son forzados a mantenerse en sus propios desperdicios. Además, sólo en el período aproximado de un año, 57 de 135 certificados de salud son falsificados.
8500 kilómetros separan a los caballos del Municipio de Morón de los que operan en Central Park, sin embargo sus vidas se replican como en un espejo: maltrato, golpes, explotación, y negligencia. Del otro lado, un gobierno que asegura brindar las medidas necesarias para su protección, mientras ignora una problemática que requiere atención inmediata.
Comments